La poesía ha sido desde tiempos inmemoriales el vehículo por excelencia para la expresión de los más profundos sentimientos humanos. A través del verso y la estrofa, los poetas han tejido un lenguaje que trasciende lo cotidiano, elevando la palabra a su máxima potencia expresiva.
El Arte de la Palabra
La belleza de la poesía radica en su capacidad para condensar universos enteros en unas pocas líneas. Mediante recursos como la metáfora, la rima y diversas figuras retóricas, el poema se convierte en un espacio donde la imaginación y la sensibilidad danzan libremente, generando nuevas formas de entender la existencia.
A diferencia de la prosa, que avanza en un flujo continuo de ideas, el verso poético pulsa como una melodía interna, marcando ritmos y pausas que resuenan con nuestra propia respiración. Es esta musicalidad inherente lo que hace de la poesía una forma de arte tan visceral y directa.
Voces Eternas: De lo Clásico a lo Contemporáneo
La literatura poética ha evolucionado constantemente, desde las formas más tradicionales como el soneto o la poesía épica, hasta las experimentaciones de la vanguardia y el minimalismo del haiku. Sin embargo, a través de todas sus transformaciones, permanece como un canal privilegiado para la reflexión y la emoción.
En este recorrido por el universo poético, exploramos algunas voces fundamentales que han marcado diferentes épocas y sensibilidades. Cada una representa una particular forma de lirismo y nos ofrece una ventana única hacia la cultura y el pensamiento de su tiempo.
Poemas que Transforman: Un Recorrido por Grandes Voces
Jorge Luis Borges: El Golem
Si (como afirma el griego en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa
en las letras de ‘rosa’ está la rosa
y todo el Nilo en la palabra ‘Nilo’.
Y, hecho de consonantes y vocales,
habrá un terrible Nombre, que la esencia
cifre de Dios y que la Omnipotencia
guarde en letras y sílabas cabales.
Adán y las estrellas lo supieron
en el Jardín. La herrumbre del pecado
(dicen los cabalistas) lo ha borrado
y las generaciones lo perdieron.
Los artificios y el candor del hombre
no tienen fin. Sabemos que hubo un día
en que el pueblo de Dios buscaba el Nombre
en las vigilias de la judería.
No a la manera de otras que una vaga
sombra insinúan en la vaga historia,
aún está verde y viva la memoria
de Judá León, que era rabino en Praga.
Sediento de saber lo que Dios sabe,
Judá León se dio a permutaciones
de letras y a complejas variaciones
y al fin pronunció el Nombre que es la Clave,
la Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,
sobre un muñeco que con torpes manos
labró, para enseñarle los arcanos
de las Letras, del Tiempo y del Espacio.
El simulacro alzó los soñolientos
párpados y vio formas y colores
que no entendió, perdidos en rumores
y ensayó temerosos movimientos.
Gradualmente se vio (como nosotros)
aprisionado en esta red sonora
de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora,
Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.
(El cabalista que ofició de numen
a la vasta criatura apodó Golem;
estas verdades las refiere Scholem
en un docto lugar de su volumen.)
El rabí le explicaba el universo
“esto es mi pie; esto el tuyo, esto la soga.”
y logró, al cabo de años, que el perverso
barriera bien o mal la sinagoga.
Tal vez hubo un error en la grafía
o en la articulación del Sacro Nombre;
a pesar de tan alta hechicería,
no aprendió a hablar el aprendiz de hombre.
Sus ojos, menos de hombre que de perro
y harto menos de perro que de cosa,
seguían al rabí por la dudosa
penumbra de las piezas del encierro.
Algo anormal y tosco hubo en el Golem,
ya que a su paso el gato del rabino
se escondía. (Ese gato no está en Scholem
pero, a través del tiempo, lo adivino.)
Elevando a su Dios manos filiales,
las devociones de su Dios copiaba
o, estúpido y sonriente, se ahuecaba
en cóncavas zalemas orientales.
El rabí lo miraba con ternura
y con algún horror. ‘¿Cómo’ (se dijo)
‘pude engendrar este penoso hijo
y la inacción dejé, que es la cordura?’
‘¿Por qué di en agregar a la infinita
serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana
madeja que en lo eterno se devana,
di otra causa, otro efecto y otra cuita?’
En la hora de angustia y de luz vaga,
en su Golem los ojos detenía.
¿Quién nos dirá las cosas que sentía
Dios, al mirar a su rabino en Praga?
Rudyard Kipling: Si
Si puedes mantener la cabeza cuando todo a tu alrededor
pierde la suya y por ello te culpan,
si puedes confiar en ti cuando de ti todos dudan,
pero admites también sus dudas;
si puedes esperar sin cansarte en la espera,
o ser mentido, no pagues con mentiras,
o ser odiado, no des lugar al odio,
y -aun- no parezcas demasiado bueno, ni demasiado sabio.
Si puedes soñar -y no hacer de los sueños tu maestro,
si puedes pensar -y no hacer de las ideas tu objetivo,
si puedes encontrarte con el Triunfo y el Desastre
y tratar de la misma manera a los dos farsantes;
si puedes admitir la verdad que has dicho
engañado por bribones que hacen trampas para tontos.
O mirar las cosas que en tu vida has puesto, rotas,
y agacharte y reconstruirlas con herramientas viejas.
Si puedes arrinconar todas tus victorias
y arriesgarlas por un golpe de suerte,
y perder, y empezar de nuevo desde el principio
y nunca decir nada de lo que has perdido;
si puedes forzar tu corazón y nervios y tendones
para jugar tu turno tiempo después de que se hayan gastado.
Y así resistir cuando no te quede nada
excepto la Voluntad que les dice: «Resistid».
Si puedes hablar con multitudes y mantener tu virtud,
o pasear con reyes y no perder el sentido común,
si los enemigos y los amigos no pueden herirte,
si todos cuentan contigo, pero ninguno demasiado;
si puedes llenar el minuto inolvidable
con los sesenta segundos que lo recorren.
Tuya es la Tierra y todo lo que en ella habita,
y -lo que es más-, serás Hombre, hijo.
Emily Dickinson: Él era débil y yo era fuerte…

Él era débil y yo era fuerte,
después él dejó que yo le hiciera pasar
y entonces yo era débil y él era fuerte,
y dejé que él me guiara a casa.
No era lejos, la puerta estaba cerca,
tampoco estaba oscuro, él avanzaba a mi lado,
no había ruido, él no dijo nada,
y eso era lo que yo más deseaba saber.
El día irrumpió, tuvimos que separarnos,
ahora ninguno de los dos era más fuerte,
él luchó, yo también luché,
¡pero no lo hicimos a pesar de todo!
Álvaro Mutis: El Deseo
Hay que inventar una nueva soledad para el deseo. Una vasta soledad de delgadas orillas en donde se extienda a sus anchas el ronco sonido del deseo.
Abramos de nuevo todas las venas del placer. Que salten los altos surtidores no importa hacia dónde.
Nada se ha hecho aún. Cuando teníamos algo andado, alguien se detuvo en el camino para ordenar sus vestiduras y todos se detuvieron tras él.
Sigamos la marcha.
Hay cauces secos en donde pueden viajar aún aguas magníficas.
Recordad las bestias de que hablábamos.
Ellas pueden ayudarnos antes de que sea tarde y torne la charanga a enturbiar el cielo con su música estridente.
Julio Cortázar: Después de las fiestas

Y cuando todo el mundo se iba
y nos quedábamos los dos
entre vasos vacíos y ceniceros sucios,
qué hermoso era saber que estabas
ahí como un remanso,
sola conmigo al borde de la noche,
y que durabas, eras más que el tiempo,
eras la que no se iba
porque una misma almohada
y una misma tibieza
iba a llamarnos otra vez
a despertar al nuevo día,
juntos, riendo, despeinados.
Walt Whitman: A un desconocido
¡Desconocido que pasas! No sabes con cuánto ardor te contemplo,
debes ser el que busco, o la que busco (esto me viene como en sueños),
seguramente he vivido contigo en alguna parte una vida de gozo,
todo se evoca al deslizarnos el uno cerca del otro,
fluidos, afectuosos, castos, maduros,
tú creciste conmigo, fuiste um muchacho conmigo o una muchacha conmigo,
he comido contigo y he dormido contigo, tu cuerpo ha dejado de ser sólo tuyo y ha impedido que mi
cuerpo sea sólo mío,
tú me das el placer de tus ojos, de tu rostro, de tu carne,
al pasar; tú me tocas la barba, el pecho, las manos, en cambio,
no debo hablarte, debo pensar en ti cuando esté sentado solo
o me despierte solo en la noche,
debo esperar, no dudo que te encontraré otra vez,
debo cuidar de no perderte.
Sylvia Plath: Últimas palabras
No quiero una caja cualquiera, quiero un sarcófago
con rayas de tigre, y una cara redonda
como la luna para poder contemplar.
Quiero estar mirándolos cuando vengan
juntando los minerales estúpidos, las raíces.
Ya los veo —con las caras pálidas, lejanas como estrellas.
Ahora no son nada, ni siquiera bebés.
Me los imagino sin padre ni madre, como los primeros dioses.
Se van a preguntar si fui importante.
¡Tendría que confitar mis días y conservarlos como frutas!
Mi espejo se está empañando —
Unas pocas respiraciones, y no va a reflejar nada más.
Las flores y los rostros se destiñen como sábanas.
No confío en el espíritu. Se escapa en sueños
como vapor a través de la boca o del ojo. No puedo detenerlo.
Un día no va a volver. Las cosas no son así.
Se quedan, sus brillitos especiales
se calientan de tanto uso. Casi ronronean.
Cuando se me enfríen las plantas de los pies,
el ojo azul de mi turquesa me va a consolar.
Dejen que me lleve mis ollas de cobre, dejen que mis potes de rouge
florezcan sobre mí como flores nocturnas, perfumadas.
Me van a envolver con vendas, van a guardar mi corazón
bajo mis pies en un paquete prolijo.
Difícilmente me reconoceré. Va a estar oscuro,
y el brillo de estas pequeñas cosas será más dulce que la cara de Ishtar.
Alejandra Pizarnik: En el eco de mis muertes…

En el eco de mis muertes
aún hay miedo.
¿Sabes tú del miedo?
Sé del miedo cuando digo mi nombre.
Es el miedo,
el miedo con sombrero negro
escondiendo ratas en mi sangre,
o el miedo con labios muertos
bebiendo mis deseos.
Sí. En el eco de mis muertes
aún hay miedo.
El Poder Transformador de la Poesía
La poesía sigue siendo, en nuestra era digital, un refugio para la creatividad y la inspiración. Los recitales y lecturas públicas mantienen viva la tradición oral que dio origen a este arte, mientras que nuevas formas de publicación han democratizado el acceso tanto para escritores como para lectores.
La poesía no es un lujo, sino una necesidad vital: nos ayuda a procesar lo inexplicable, a dar forma a lo que nos desborda, a encontrar belleza incluso en el dolor. En un mundo cada vez más acelerado, el poema nos invita a detenernos, a saborear el lenguaje y a reconectar con nuestra esencial humanidad.
¿Qué poemas han transformado tu vida? ¿Qué versos te acompañan en momentos de duda o celebración? La invitación está abierta: sumérgete en el universo poético y descubre las infinitas posibilidades de la palabra en su estado más puro y potente.
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