Desde la antigüedad, el erotismo ha sido un pilar en la poesía. Tanto el sexo masculino como el femenino han servido como fuente de inspiración, no solo para el placer sensorial, sino también como reflejo de poder, deseo y transgresión. Desde Safo y Catulo hasta los versos ardientes del Siglo de Oro, la poesía erótica ha oscilado entre la celebración del cuerpo y la condena moral. En este terreno de pasiones desatadas, Pietro Aretino (1492-1556) destaca como una de las voces más desvergonzadas y provocadoras del Renacimiento.

Conocido como “el azote de príncipes” por su mordaz pluma satírica, Aretino fue dramaturgo, poeta y polemista. Su obra abarcó desde la crítica política hasta los diálogos más explícitamente carnales. Su gran aporte al espíritu renacentista italiano reside en su defensa de la libertad de expresión y en su capacidad para retratar el deseo humano sin tapujos ni falsas moralidades. Entre sus escritos más célebres se encuentran los Sonetti lussuriosi, una serie de poemas en los que el amor carnal se despoja de cualquier idealización para mostrarse en su forma más carnal y provocadora.
Exploraremos estos sonetos lujuriosos, analizando cómo Aretino desafió las convenciones de su tiempo y convirtió el acto sexual en un arte poético sin restricciones.
Soneto XI
Separa bien los muslos, alma mía,
que quiero bien de cerca ver tu rosa.
Oh, ¡suavísimo vello! ¡Oh rica cosa!
Puerta de mi ilusión, ¡Miel y ambrosía!
Un capricho me llena de alegría:
voy a comerme fruta tan golosa;
me volveré y será treta graciosa,
pues a tu boca irá mi mercancía.
—Que me aplastas ¡Aguarda! ¡Ay, de mi pecho!
¡Jamás tan cerca vi verga tan tiesa!
Mas juro he de dejarte satisfecho.
—Hola, ¡el cabrón! ¡Y miren la muy puta!
El lame en el panal como en barbecho,
y ella cree que su verga es una fruta.
—Nena, ¿Quieres meter aquí tu morro?
No me pongáis los dientes largos.
que tan solo de verte ya me corro.

Soneto I
Amémonos sin tasa y sin medida,
puesto que para amar hemos nacido,
Adora mi gorrión, cual yo tu nido,
pues sin ellos ¿valdrá acaso la vida?
Y su aún después de ella, ya extinguida,
fuese posible amar, mi bien querido,
a gritos pediría el bien perdido
para seguir gozando todavía.
Gocemos, pues, cual lo hizo dulcemente
la primera pareja de mortales,
aconsejados por la audaz serpiente.
Que nos perdieron por amar ¿se dice?
Blasfemias necias son los dichos tales,
que sólo aquel que no ama es infelice.
—Calla, pues, y ama tú también, ¡te digo!
Calla, y méteme ya hasta los cojones,
jueces de amor, y del amor testigos.
El deseo como arte y transgresión: Los Sonetti lussuriosi de Pietro Aretino no solo desafiaron la moral de su época, sino que también consolidaron el erotismo como un lenguaje poético legítimo. A través de su pluma desenfrenada, el deseo masculino y femenino encontraron un espacio sin censura, donde el placer no era pecado, sino celebración del cuerpo y la palabra.