Descripción
Camilo José Cela dijo de Alvaro Daza que era “el sutil encanto del color” creo que hay una inmensa equivocación en este testimonio que proviene más de un defecto inherente a la visión occidental del arte, que del elogio merecido que encierra. El mundo occidental agoniza por cuenta de un exceso de verdad, naufraga en la arrogancia de una objetividad omnipotente y fría que intentó determinar el corazón humano como un arquetipo, como una ecuación, que suspendió la emoción y la convirtió en razón, que desterró la imaginación para volverla discurso y disfrazó sus tótems y leyendas en la forma de una narrativa violenta y compacta que pretende dar cohesión a un mundo desterrado de sí mismo. El romanticismo europeo se ha vuelto melancolía y la trasgresión de su arte se ha vuelto una caricatura de sí misma, complaciente y ultrajantemente codiciosa. La embriaguez creativa de los Dalí, Rothko, Lempicka y su linaje se convirtió, con el tiempo, en una anestesia grupal y refractaria, una experiencia pública pero a política, masiva pero no comunitaria. Rimbaud, con hastio, lo descubrió hace siglo y medio, muy bien sabía que en ese Occidente caduco no había nada más que decir, solo esto: el arte Occidental ha muerto.
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